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La duda madre que te parió,


 

¿Por qué será que los hombres amamos el cuerpo de las mujeres?

¿Por qué será que las mujeres amamos el cuerpo de los hombres?

¿Por qué será que los hombres queremos a las mujeres vestidas lo mas desvestidas posible?

¿Por qué será que las mujeres a veces disfrutamos tanto hacerlos enloquecer con algún detalle sexy en nuestra forma de vestir (o desvestir(nos)?

¿Por qué será que algunos hombres amamos el cuerpo de otro hombre?

¿Por qué será que muchas veces nos vestimos con cualquier topa solamente para nuestra insatisfacción?

¿Por qué será que algunos hombres amamos tanto nuestro propia cuerpo?

¿Por qué será que algunas otras mujeres amamos solo nuestro propio cuerpo?

¿Por qué será que algunos hombres no conocemos totalmente nuestro propio cuerpo?

¿Por qué será que si pensamos en el cuerpo como el envase del alma n, del alma no asumimos al alma como el contenido neto de nuestras especiales existencias, en cuyo packaging de carne, pelo, uñas y huesos puede leerse, a veces con gran claridad, la fecha de vencimiento?

¿Por qué será que los hombres tenemos tantas dudas?

¿Por que será que las mujeres tenemos tantas dudas?


 

Fuente: terrorismo grafico


 

Pablo llega en un arrebato, hace una entrada teatral en el bar, porque todo en él cobra la intensidad de una gran performance. En los ojos trae un mal sueño, en el cuerpo las marcas de una mala alimentación. Está angustiado, en un pozo profundo, siempre ha sido así cuando se sintió despechado, sólo que esta vez el arrebato de histeria y neurosis que tanto daño le causó en el pasado (peleas monumentales a la vista de todos, agresiones físicas, humillación pública) dejó su lugar a una despedida que es dolor puro, tristeza infinita. Me dejó por otro, dice antes de darme un beso y demorarse en el abrazo. Nos conocimos hace muchos años en una agencia donde éramos creativos junior, y en nuestra primera conversación dejó sentado un pedido: Si alguna vez decidís cambiar de lado, aquí estaré, esperándote. Desde entonces nos unieron muchas cosas y no ha dejado de conmoverme su espíritu vulnerable, su generosidad y su refinamiento para entender el mundo y sobre todo los afectos, la compleja red de vínculos amorosos que siempre consiguió desmadejar con astucia y una mirada muy honda de los hombres (y las mujeres). Tengo problemas muy básicos, dice frente a una cerveza, pero en este momento es esencial para mí alimentarme y dormir. En otros tiempo supo tener una costumbre singular: se enamoraba (y desenamoraba) de hombres fugaces, amores en tránsito, turistas o residentes que un día decidían viajar al exterior. Pero un día se enamoró de un arquitecto, compartieron un departamento, comenzaron a viajar juntos. Es el hombre de mi vida, me confió entonces, y era una frase nueva en su vida tumultuosa de pasiones incendiarias y gestos despechados. Me cuenta una historia que he escuchado antes: estaban enamorados, llenos de proyectos, y de pronto descubrió que había alguien en medio de los dos. Qué tristeza, dijo esa noche frente a la evidencia de la mentira, no te creía capaz de esto. Y entonces su hombre empezó a hacer las valijas, y en ese tránsito hubo roces de cuerpos y besos desesperados porque los hombres (los hombres que amamos a otros hombres, enfatiza Pablo) resuelven sus conflictos en la cama, en el choque violento de los cuerpos, en la pasión física, un poco como lo muestran las películas de Fassbinder o Pasolini, me dice. No han hablado casi desde entonces. Pablo se ha entristecido, ha llorado mucho, siente una vez más que su vida perdió el sentido para siempre. Se despidieron esta mañana. Un largo abrazo, quizá el último. Dice Pablo, y echa a llorar. Me levanto conmovido, lo abrazo, dice gracias. Siempre estoy acá, a tu lado.


 

Fuente: http://www.conexionbrando.com/


 

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